El Poder de las Élites que nos Gobiernan. A Propósito de Vilfredo Pareto, Gaetano Mosca y Robert Michels
Nota do título [1]
DOI: 10.19135/revista.consinter.00011.06
Recibido/Received 30.06.2020 – Aprobado/Approved 17.08.2020
Jesús Víctor Alfredo Contreras Ugarte[2] – https://orcid.org/0000-0002-9148-659X
E-mail: jesuco_amag@yahoo.es
Resumen: La crisis de hoy se nota, y se nota más, en la falta de valores, en la falta de decencia, además de en la falta de capacidad de muchos de los que nos representan y de muchos de los que más tienen. Existe la percepción de que los que gobiernan suelen ser los que mejor están, y que el único mayor interés de ellos es mantener su privilegiado y particularista estado de bienestar propio y, que los gobernados, solo les importan cuando les son útiles como instrumentos para acceder y para conservar el poder. Esto lleva a preguntarme: ¿cómo es que los gobernantes se hacen con el poder?, ¿cómo es que lo conservan? y ¿cómo es que lo pierden? Este trabajo da respuesta a estas tres preguntas a partir de los lúcidos desarrollos teóricos de Vilfredo Pareto, Gaetano Mosca y Robert Michels. Dos italianos y un alemán, respectivamente, todos ellos personajes de los primeros ocho lustros del siglo XX, cuyas teorías se pueden aplicar perfectamente para dar respuesta a la actualidad de nuestro siglo XXI.
Palabras-clave: Poder, gobernantes, gobernados, élites, política
Abstract: Today’s crisis is noticeable, and it is more noticeable, in the lack of values, in the lack of integrity, in addition to the lack of capacity of many of those who represent us and many of the wealthy elites. There is a perception that those who govern us are usually the ones with best social status, and that the only major interest of them is to maintain their privileged and particularistic status of wealth and, that the governed, only are cared when they are useful as instruments to access and keep power. This leads me to think about: how is it that rulers seize power? How do they keep it? and how do they lose it? This paper answers these three questions based on the magnificent theoretical essays of Vilfredo Pareto, Gaetano Mosca and Robert Michels. Two Italians and a German, respectively, all of them essayist from the first eight decades of the twentieth century, whose theories can be perfectly applied to answer the contemporary questions of our 21st century society.
Keywords: Power, rulers, governed, elites, politics
Sumario: 1. Introducción; 2. Teoría de las élites; 3. La circulación de las élites en Vilfredo Pareto; 4. La clase política en Gaetano Mosca; 5. La ley de hierro de las oligarquías en Robert Michels; 6. Michels y los líderes revolucionarios surgidos del pueblo; 7. Pareto, Mosca y Michels: diferencias y coincidencias; 8. A modo de conclusión; 9. Obras citadas.
Summary: 1. Introduction; 2. Theory of elites; 3. The circulation of elites in Vilfredo Pareto; 4. The political class in Gaetano Mosca; 5. The iron law of the oligarchies in Robert Michels; 6. Michels and the revolutionary leaders emerged from the town; 7. Pareto, Mosca and Michels: differences and coincidences; 8. As a conclusion; 9. Referred essays.
1 INTRODUCCIÓN
Al hablar de élites y de cómo estas logran alcanzar el poder, sin duda alguna, hay que referirse a tres autores principales: Vilfredo Pareto, Gaetano Mosca y Robert Michels. Estos, son tres autores que reflexionaron, precisamente, sobre este tema y cuyas reflexiones las podemos enmarcar en lo que se conoce como la teoría de las élites.
Es un tema que reviste significativa importancia y oportunidad ya que la reflexión sobre los que gobiernan y sobre el cómo lo hacen, son de especial interés en nuestras sociedades y sus democracias. La idea pues, de este trabajo académico, es traer a colación la reflexión sobre estos temas y advertir las coincidencias que se puedan encontrar con nuestra realidad.
Son Vilfredo Pareto y Gaetano Mosca, los que tuvieron gran ascendencia en las ideas de Robert Michels.
Si nos enfocamos en la problemática que persiste en muchas sociedades, en la ineficiencia de los derechos humanos, y en la falta de derechos que verdaderamente doten a la humanidad de una objetividad material de bienestar, resulta obvio que algo anda manifiestamente mal. Es muy posible que esta persistente mala situación se deba a una mala gobernabilidad de quienes nos gobiernan; siendo así, parece presentarse ostensiblemente palpable la acuciante exigencia palmaria de tener gobernantes realmente aptos y sabedores de lo que es imperiosamente necesario en aras de alcanzar un desarrollo social honesto, recto y respetuoso con los derechos y con la dignidad de cada una de las personas.
Estamos ya en pleno siglo XXI y se suele usar esto como argumento para reclamar, que pese a ello, aún se mantengan ciertas situaciones o problemáticas sociales. Es como si por el hecho de estar en nuevo siglo, las cosas debieran cambiar sin más. Claro está, que esto es un error o pura demagogia argumentativa. El paso del tiempo no cambia las cosas por el solo hecho de pasar. Son los hechos concretos, las voluntades y las decisiones las que logran los cambios sustanciales. Entonces, se requiere de voluntades que estén bien formadas en valores y principios que sustenten y defiendan el respeto de los unos a los otros. De esto se necesita tener la firma convicción, y aún más quienes deciden gobernar.
La educación y, sobre todo, la educación moral, reflexiva y crítica, es pilar de la correcta formación de líderes, es decir, de aquellas personas que se erigen a gobernar las sociedades. Estos deben ser líderes honestos, respetuosos, responsables y capaces de velar por los intereses de toda la sociedad y no únicamente de los suyos propios y de sus allegados; líderes comprometidos en conducir el presente y el futuro de la humanidad, sabiendo que la humanidad somos todos los seres humanos. Se trate de un régimen u otro, de una forma de gobierno u otra, la exigencia de líderes verdaderamente aptos es de vital importancia para nuestras llamadas democracias.
Ante la ausencia de estas capacidades, la consecuencia inevitable es el distanciamiento y el desinterés de los ciudadanos hacia sus gobernantes y, con ello, hacia el desarrollo de la sociedad como conjunto. Es decir, se produce una desconexión de las personas con sus líderes porque, los primeros, no creen en los segundos, ya que las situaciones sociales, problemáticas e injustas, no encuentran remedio. Este desapego hace que los ciudadanos se centren en resolver solamente sus propios problemas y no tengan en cuenta las demás situaciones que suceden en su entorno y con los demás. Aquí pues, toca entrar al tema propio de la teoría de las élites.
2 TEORÍA DE LAS ÉLITES
Enfocándome ya en la teoría de las élites, advertiré que en esta teoría mantiene que hay mandos políticos, administrativos, militares, religiosos, económicos y morales en las sociedades, y que estos mandos o jefaturas son desempeñados por una organizada minoría. En esta idea, podemos recordar a Engels quien decía que las revoluciones culminaron en el reemplazo de una establecida dominación de clase por otra, y que todas las clases dominantes pasadas solo fueron pequeñas minorías si se les contrasta con el conjunto del pueblo dominado. Según Engels, una minoría dominante era echada abajo, y otra minoría se levantaba para empuñar en su lugar la dirección del Estado, ajustando a sus intereses la organización y los organismos estatales. Este cometido, lo ejercitaría siempre el grupo minoritario que es capaz de dominar gracias a su desarrollo económico. Engels, sostiene que la mayoría dominada, o bien actuaba a favor de aquella posición en la revolución o bien aprobaba la revolución sosegadamente, pero agrega:
(…) prescindiendo del contenido concreto de cada caso, la forma común a todas estas revoluciones era la de ser revoluciones minoritarias. Aun cuando la mayoría cooperase en ellas, lo hacía –consciente o inconscientemente – al servicio de una minoría; pero esto, o simplemente la actitud pasiva, la no resistencia por parte de la mayoría, daba al grupo minoritario la apariencia de ser el representante de todo el pueblo[3].
Según la teoría de las élites, las clases políticas se originan a partir de dos ideas o pensamientos. Para empezar, se cuenta con la idea aristocrática, que surge desde arriba; luego, y en segundo lugar, se cuenta con la idea democrática, que surge desde abajo. La idea aristocrática se distingue, especialmente, por la organización militar burocrática; en cambio, la idea democrática, está más determinada por una organización del sistema electoral. El sistema electoral, impulsa un vigilado desarrollo de la circulación de las élites dado que, generalmente, la clase política cuenta con los mecanismos e instrumentos para encaminar la voluntad de los electores.
Las élites están conformadas por un número menor de integrantes; sin embargo, cualitativamente, poseen superiores capacidades; asimismo, las élites están provistas de una organización estructurada y dirigen las fuerzas sociales; también tienen contactos y parentescos. Aunque son minoría, la élite vence, gracias a que se hacen con el poder sirviéndose de la organización, y aprovechando la desorganización de las mayorías. Las masas mayoritarias y desorganizadas se ven incapacitadas frente a la posición de poder organizado que alcanza la minoría. La organización le da preeminencia a la minoría. La élite al ser numéricamente minoritaria, logra un recíproco entendimiento, un conveniente consenso y un concertado accionar; esto dificulta cualquier intento en contrario de las masas numerosas. Las élites se orientan por la razón, por el cálculo y por el conocimiento; en cambio, las masas – y, por lo regular, quien no sea de la élite – se conducen, primordialmente, por el sentimiento. Y de esto también sacan rédito las élites, pues cuando estas tienen algún interés y requieren del auxilio de las masas para conseguirlo, las élites, se sustentan en el estímulo que causa la sensibilidad de estas masas.
En la teoría de las élites, verdaderamente, la lucha por el poder tiene lugar dentro de la propia clase gobernante. Esta lucha de dentro, no implica, inexorablemente, que las masas o la sociedad en su conjunto acaben siendo dañadas. Si la clase que ya gobierna es mejor o, si no lo es, se reemplaza por otra de superior calidad, la sociedad en su conjunto también prosperará. No obstante, si la clase gobernante no mejora ni se suple por una de mayor calidad, entonces, la sociedad se atasca, para caer luego en un insalvable declive, que puede determinar que la misma se separe por completo.
De agredirse la preeminencia de la clase gobernante, esta última debe reaccionar de forma recíproca, fuerza contra fuerza. De no hacerlo así, la élite terminaría desgastada y expuesta a la implantación de cualquier otro conjunto minoritario. Para la teoría de las élites, también puede suceder que la clase gobernante no se valga de la fuerza y utilice el fraude, el embuste y el engaño para derrotar a su adversario; si este fuera el caso, la clase gobernante, solo logrará que el poder se desplace de una minoría a otra o que la suya propia se restaure con nuevos miembros. Para los autores que desenvuelven esta teoría de las élites, cuando se habla del ideal de usar la ley en vez de usar la fuerza, esto supone hundirse en una lamentable ilusión.
3 LA CIRCULACIÓN DE LAS ÉLITES EN VILFREDO PARETO
Vilfredo Pareto (1848-1923) recela de la teoría liberal-democrática y desconfía de la teoría marxista. Como lo hizo Max Weber, Pareto desarrolla su propia definición de sociología, refutando las ideas de Marx. Así, desde un enfoque claramente contrario a la teoría marxista sobre la lucha de clases, sostuvo su teoría de las élites. Entonces, Pareto sostendrá que la movilización y recorrido de las élites es la materia real con la que se forma la historia; Pareto, a este movimiento, lo designa con el nombre de circulación de las élites. En razón de esta circulación, los conflictos de clases no encontrarían culminación; es posible que cambiaran las formas de confrontarse, sin embargo, sus características principales se mantendrían inmutables.
Vilfredo Pareto y su circulación de las élites, sostienen que las personas son desiguales, física, moral e intelectualmente. En la sociedad, enfocada como un todo, se advierte que, en todo grupo o estrato social, siempre se encuentran personas mejor capacitadas y aptas que otras; siendo así, algunas, las más capaces, se establecen como la élite de ese grupo o estrato. Pareto, busca esclarecer los campos no racionales de la conducta humana ya que él sostenía que las cuestiones humanas se encontraban guiadas por acciones que no eran lógicas ni racionales. Habría, según este autor, en el ser humano una proclividad natural, abierta e inevitable, tendente a la racionalización de sus actos espontáneos y a sus creencias. Estos actos espontáneos, el ser humano, los consolidaría a través de la sanción intelectual. Para Pareto, desde el enfoque lógico o científico, las creencias sociales – libertad, democracia, igualdad, fraternidad, etcétera – son carentes de sentido; son, realmente, simples y meros mitos. Empero, no son mitos faltos de utilidad, ya que son requisitos y sirven para la vida social. Estas creencias sociales, son derivaciones y productos de nuestra imaginación racionalizadora con la cual verbalizamos una realidad más intensa. Para Pareto, el término élite, o bien tiene un sentido moral, o bien tiene un sentido honorífico. Se divide en dos:
- la élite gobernante integrada por individuos que, de manera directa o indirecta, tienen un papel importante en el gobierno, y
- la élite no gobernante que incluye al resto de los individuos más capaces.
Resulta que, entonces, para Pareto, la élite no es uniforme; está estratificada, es decir, está dispuesta en capas o estratos. Generalmente, se observa en la élite un centro que mando, conformado por un pequeño número de personas o de familias que cuentan con un poder muy superior al de las demás. Este centro rector desenvuelve las funciones de liderazgo en el seno de la élite; se erige en una forma de élite superior dentro de la élite. El liderazgo provee a la élite de una fortaleza y una capacidad todavía mayores. En tanto ocurre esta permanente circulación de las élites, se mantiene con mayor robustez la concordia del sistema social dado que, esa circulación, garantiza la movilidad ascendente de los mejores espíritus. La circulación de élites interviene, a la vez, en los cambios sociales pues lleva consigo, también, la circulación de las ideas. Pareto afirmaba que, en la capa superior de la sociedad, en el estrato de la clase selecta, existen específicos agregados que son las aristocracias. Hay ocasiones en que las mayorías cuentan con las aptitudes para pertenecer a la aristocracia y, hay otras ocasiones, en que, un buen número de integrantes, no; tal vez, sean parte de la clase selecta del gobierno o, tal vez, estén marginados de ella. Afirmación interesante es la de Pareto, cuando dice que toda aristocracia está destinada a desaparecer, por ello decía que: “La historia es un cementerio de aristocracias.”[4] Las aristocracias se aminoran por el número y además por la calidad. Merma en ellas su vigor, cuando se modifican las condiciones que coadyuvaron a que esas aristocracias se hagan con el poder y a que puedan sostenerlo.
Los gobernantes se recomponen en número y en calidad; según Pareto, la calidad es lo que realmente importa. Se recomponen con familias que provienen de las clases inferiores, suministrando de fuerza y abasteciendo las condiciones necesarias para conservarse en el poder. Se recomponen, asimismo, por la pérdida de sus integrantes que más se han debilitado.
Las élites y las aristocracias no se perpetúan imperecederamente; ellas, con el pasar del tiempo, sufren una regresión a un estadio inferior o malo. Luego, la élite se estructura organizadamente y se vigoriza con los mejores componentes que proceden de las clases inferiores. Ocurrido el declive de la élite, una nueva, colmada de vitalidad, robustez y empuje activo, se constituye al interior de las otras clases.
Las persistentes confrontaciones, discrepancias y la circulación de las élites, representan el conglomerado de características permanentes que deciden la historia. Cuando el pueblo se alza y se opone al poder dominante, el desenlace no siempre le es favorable. Es más factible que la utilidad de su alzamiento, quede restringida a quitar los impedimentos y dificultades para que la antigua élite expire y brote la nueva:
Gracias a la circulación de las clases selectas, la clase selecta de gobierno está en un estado de continua y lenta transformación, fluye como un río, y la de hoy es distinta de la de ayer. De vez en cuando se observan repentinas y violentas perturbaciones, como podrían serlo las inundaciones de un río, y después la nueva clase selecta de gobierno vuelve a modificarse lentamente: el río, vuelto a su cauce, fluye de nuevo regularmente. (…) Las revoluciones se producen porque, bien por el entorpecimiento de la circulación de la clase selecta, bien por otra causa, se acumulan en los estratos superiores elementos decadentes que ya no tienen los residuos capaces de mantenerlos en el poder y evitan el uso de la fuerza, mientras que crecen en los estratos inferiores los elementos de calidad superior que poseen los residuos capaces de ejercer el gobierno y que están dispuestos a utilizar la fuerza[5].
Según Pareto, existe una diferencia entre los grupos sociales, y que esta diferencia se manifiesta en el hecho de que las personas son física, moral e intelectualmente diferentes. Así, sostiene que hay determinadas personas que son superiores a otras; estas son las que Pareto llama las élites, para referirse a esa superioridad. Estas personas son superiormente mejores –la élite – en inteligencia, carácter, habilidad, capacidad, y poder. Esta clase superior o selecta, es la que posee los pilares de importancia mayor, dentro de cada una de las fracciones en que se reparten las actividades de los individuos. Pareto, como dije antes, diferencia en dos a la élite, llamándoles también:
- la clase selecta de gobierno, y
- la clase selecta no de gobierno.
La primera clase de élite es la que interviene visiblemente en el ejercicio del poder y, la segunda clase, es toda la demás élite que no forma parte de este ejercicio. El nivel inferior de individuos –la no élite – está constituido por las personas sin influencias y es la mayor parte de la comunidad.
Vilfredo Pareto explica que, siempre que exista una sociedad organizada, existirá también una clase que gobierne, la que además será minoría. La clase que gobierna se mantiene en el poder gracias a la fuerza y al consentimiento de los gobernados los que, siempre, son la mayoría. De esta forma, para conservar el poder o apropiarse de él, la élite gobernante requiere a los estratos sociales mayoritarios –a los inferiores que no pertenecen a la élite – y les manifiesta, únicamente de forma verbal, su admiración, respeto y estima; es decir, mangonean y usan los sentimientos de las personas, sobre todo, valiéndose de lisonjas y adulaciones simples y de pactos irreales e inmotivados, con tal de alcanzar sus fines políticos. La estabilidad y la armonía de la élite, su desmoronamiento, o el nacimiento de otra nueva, lo definirá el nivel de triunfo que se alcance con los discursos, expresiones y gestos que se hacen con el fin de instar y engatusar el sentimiento de la capa mayoritaria de la comunidad. La clase que gobierna se esmera por mantener su dominio y para ello selecciona, de la clase gobernada, a determinados sujetos para el uso de la fuerza o, también, para otras circunstancias como el desarrollo artístico. La clase gobernante selecciona a los mejores y más ilustres de la masa de los dominados; de esta forma, debilita a la masa ya que ella queda despojada sus mejores componentes. Esta es la verdad que otorga solidez, estabilidad y seguridad a las sociedades. La élite que gobierna, solo requiere cautivar, absorber y adherir a un mínimo grupo de nuevos integrantes, con el objeto de que los dominados permanezcan continuamente faltos de líderes y cabezas que logren posicionarse en el primer lugar de la mayoritaria capa del nivel social inferior.
Según Vilfredo Pareto, las cualidades y circunstancias por las que una sociedad se distingue de las otras, se determina por el conjunto de cualidades y circunstancias de su élite. Las élites no conforman grupos completamente cerrados ni completamente abiertos. Los gobernantes buscan mantener su poder utilizando su habilidad para lograrlo, sobre todo mediante el engaño y cuando no pueden hacer uso de la fuerza. La élite explota activamente los sentimientos imperturbables que poseen las masas. La clase gobernante sabe que su legitimidad se sostiene en las masas y, por ello, se recompone continuamente incorporando a nuevos elementos que elige de las clases inferiores. La conservación del poder requiere de la movilidad social pues esta es el medio más idóneo para contrarrestar, evitar y prevenir el surgimiento de todo tipo de revueltas sociales.
Con mucho acierto, Pareto afirma que, cuanto mayor y más longeva sea la carencia general de cultura e instrucción en las clases inferiores, cuanto menos y peor educación y estudios reciban las masas, mayor será la capacidad de obrar de la élite y mayor será su capacidad para lograr sus fines anhelados. Cuanto menor sea el conocimiento y la instrucción de las mayorías, menor será la oportunidad para que estas se opongan al uso, no confesado, de medios no institucionalizados que únicamente pretenden que las mayorías admitan la posición de poder en la que se sitúan las élites.
Pareto dice bien que, cuando se extienden las diferencias entre las élites gobernantes y las masas dominadas, explota la revolución. La revolución es producto de la alteración de la circulación de las élites, o por la existencia de desmesurados componentes negativos en las capas superiores de la sociedad que no poseen las facultades para sostenerse en el poder y que rechazan utilizar la fuerza. En tanto esto es así, en las capas inferiores proliferan los sujetos de calidad superior que poseen la aptitud de gobernar y la actitud para utilizar la fuerza. Cuando los gobernantes persisten, por mucho tiempo, en valerse del uso de la fuerza y, además, consiguen prosperar económicamente, suelen durar gobernando, siempre que se preocupen de pagar a los adversarios; no obstante, es un error presumir que esta situación pueda sostenerse continuamente por sí sola y sin la utilización de la fuerza:
Las mutaciones violentas se producen bruscamente y, por tanto, el efecto no sigue de modo inmediato a la causa. Cuando una clase gobernante o una nación se han mantenido largo tiempo por la fuerza y se han enriquecido, pueden subsistir un poco más todavía sin la fuerza, comprando la paz de los adversarios y pagando no solo con oro, sino también con sacrificios, el decoro y la reverencia de que hasta entonces habían gozado y que constituye un cierto capital. En un primer momento, el poder se mantiene mediante concesiones, y nace el error de que se pueda seguir manteniendo así indefinidamente. Así, el Imperio romano de la decadencia compraba la paz de los bárbaros con moneda y con honores; así, Luis XVI de Francia, tras consumir en un período muy breve el heredado patrimonio de amor, respeto y reverencia casi religiosa por la monarquía, pudo ser, cediendo siempre, el rey de la revolución; así, la aristocracia inglesa pudo prolongar su poder en la segunda mitad del siglo XIX hasta la aurora de su decadencia (…) a comienzos del siglo XX[6].
Está claro que, cuando los gobernados se apoyan en la violencia, existirán los que la reprueben; y, asimismo, existirán otros que reprobarán la violencia si es que esta es estimulada por los gobernantes. Según Pareto, todos los gobiernos ejercitan la fuerza y todos aseveran que su utilización es justificada. La fuerza la utiliza el que pretende mantener el poder existente, pero también, el que quiera romperlo. La fuerza de uno y otro lado se oponen y, repeliéndose la una de la otra, se hacen frente. Quien es seguidor de los gobernantes, cuando desaprueba el empleo de la fuerza, lo que hace realmente es desaprobar su utilización por parte de los que se separan para distanciarse del orden estatuido y homogéneo. Sin embargo, cuando este mismo adepto de los gobernantes aprueba y disculpa el uso de la fuerza, lo que hace realmente, es respaldar la utilización de esta fuerza que ejercen los gobernantes para coaccionar y obligar a la homogeneidad del orden estatuido a quienes buscan emanciparse y liberarse de él. Del otro lado, es decir, si lo vemos desde el enfoque de un partidario de los gobernados, cuando este reprueba el uso de la fuerza, lo que hace realmente, es condenar la utilización de la fuerza que ejercen los gobernantes con el objeto de que los que pretendan separarse de la uniformidad, no lo hagan. Si el adepto de los gobernados, da por bueno el ejercicio de la fuerza, se está refiriendo al uso que hacen de ella los que buscan distanciarse de determinadas uniformidades del orden estatuido.
Se puede inferir, entonces, según el desarrollo de Pareto, que la clase gobernante que no sabe o no consigue ampararse en la fuerza, necesariamente, está destinada a desmoronarse. No obstante, un gobierno no se mantiene en el tiempo si solo se ampara en la fuerza. Para Pareto, la élite gobernante tiene la responsabilidad de utilizar la fuerza; cuanto más incapaz sea de utilizarla, más incumplirá este deber. El deber de utilizar la fuerza, es el principal deber de la clase gobernante.
4 LA CLASE POLÍTICA EN GAETANO MOSCA
Gaetano Mosca (1858-1941) declinaba de las teorías democráticas y colectivistas, sobre todo la marxista. Esta última, directamente, la rechazaba.
En la misma línea de Vilfredo Pareto, Mosca buscó anular lo que él entendía como la ficción o fantasía de Rousseau y Marx. La fantasía, de estos dos personajes, se asentaría en el hecho de suponer que instaurado el colectivismo esto nos conduciría a un tiempo de igualdad y de justicia universal mediante el cual el Estado abandonaría la condición de ser el órgano de una clase determinada y, según ellos, desaparecerían los explotadores y los explotados. Según Gaetano Mosca, las doctrinas proclives a abolir la propiedad particular y a trasladar, la misma, a la colectividad, entregando al Estado el reparto de la riqueza, solo son doctrinas que simplemente caen en la fantasía y la ficción. Según Mosca, estas doctrinas caían en la utopía y jamás encajarían en la verdadera realidad ya que es imposible evitar la existencia de una clase gobernante. Así pues, según Mosca, siempre existirá un sistema basado en dos clases:
- de una parte, una minoría dominante, y
- de otra, una mayoría dirigida.
En el momento que la sociedad alcanza un determinado desarrollo, el dominio político – y, con ello, la dirección económica, administrativa, militar, moral y religiosa – es ejercitado, siempre y en todos los casos, por una clase especial o por una minoría organizada. Es decir, según Gaetano Mosca, alcanzado un determinado desarrollo, invariablemente, ha de existir una minoría dominante: la clase política, y una mayoría dominada.
Mosca sostenía que si la ausencia de justicia y la falta de libertad fueron siempre particularidades básicas de la condición humana, ergo, estas debían aparejarse también a su naturaleza política. No lograba visualizar con limpidez y seriamente la posibilidad de que transformando las instituciones sociales se modificaría la psicología de los seres humanos[7]. Para Gaetano Mosca, en las democracias existe la permanente necesidad de una organizada minoría; y, pese a que parece que esto no ocurre, la minoría organizada es la que sustenta la dirección real y efectiva del Estado. Por mucho que un gobierno se sostenga en todo tipo de estándares y principios legales que nieguen y rechacen el control por parte de una minoría, la realidad siempre será otra.
Para Mosca es el liberalismo el más idóneo instrumento entre la aristocracia y la democracia. El liberalismo, sería el sistema mediante el cual los servidores públicos son elegidos desde abajo, de forma directa o indirecta, por los subordinados. Los servidores públicos son escogidos del conjunto limitado de seres humanos que son sabios, experimentados, responsables y devotos, y que son los más aptos para ejercitar el gobierno: es la minoría aristocrática la que posee autoridad, pero no un poder ilimitado. La presencia de estos límites, frenos y equilibrios en el poder, según Mosca, es lo que, primordialmente, determina que el liberalismo sea lo que es.
Las mayorías, especialmente las que no cuentan con recursos ni preparación, jamás controlan a las minorías y, menos aún, cuando las minorías poseen muchos medios económicos y son preparadas. Es claro que Mosca esta recriminando al marxismo; además, sostiene que la pretendida dictadura del proletariado se referiría solo para una clase muy limitada; sería una dictadura ejercida únicamente en representación del proletariado. Los dominados sí que consiguen ejercer tensión sobre el poder y, con ello, consiguen influir en las decisiones tomadas por el grupo dominante. El desencanto y desilusión de las mayorías puede terminar con el declive de una clase; empero, no se puede impedir que otra clase semejante aflore de estas mismas mayorías; esta nueva clase sería la que ejerza las labores de la clase dominante.
Cuanto más organizada sea la minoría –en contraste con una mayoría desorganizada – mayor será su poder y su firmeza. La ausencia de organización en las mayorías, sitúa a los sujetos que la integran en una posición de indefensión en relación y proporción a la minoría. La minoría organizada primará y prevalecerá por encima de la mayoría desorganizada. La minoría organizada estructuralmente posee también cualidades que le otorgan superioridad material, intelectual y moral, o bien, lo han heredado de quienes los poseen. Por ello, Mosca afirma que las clases políticas son propensas a tornarse en clases hereditarias por derecho o, al menos, sustentándose en los hechos. Cuanto más extendida y grande sea la comunidad política, menor será la correspondencia de la minoría gobernante en contraste con la mayoría gobernada; en esta situación, le resultará más difícil a la mayoría gobernada organizarse para proceder en contra de la minoría gobernante[8].
La jerarquía, según Mosca, es una parte indispensable al interior de la sociedad humana; y es por esto, que siempre habrá los que mandan y los que obedecen. Los que mandan, por lo general, son minoría y, además, son los que ejercen las labores políticas, los que acumulan el poder y los que disfrutan de las ventajas que él otorga. Los que obedecen, son, numéricamente, la mayoría y ellos son los que terminan siendo conducidos y ordenados por los que mandan mediante procedimientos legales o utilizando medios arbitrarios y violentos:
En la práctica de la vida, todos reconocemos la existencia de esta clase dirigente o clase política (…) no podríamos imaginar en la realidad un mundo organizado de otra manera, en el que todos fuesen sometidos a uno solo, en pie de igualdad y sin ninguna jerarquía entre ellos, o que todos dirigiesen por igual los asuntos políticos. Si en teoría razonamos de otra manera, es en parte por efecto de hábitos inveterados de nuestro pensamiento, y en parte debido a la excesiva importancia que les asignamos a los hechos políticos, cuya apariencia se sitúa muy por encima de la realidad[9].
El sistema de gobierno según el cual la voluntad de una sola persona es la suprema ley, según Mosca, fue lo que sustentó la organización política de los primeros grandes conglomerados de seres humanos. Esta autocracia, al ser un orden político tan extenso y duradero entre pueblos de civilizaciones muy diferentes y que, además, no mantenían conexión material o intelectual entre sí, entonces, la autocracia debía ser el resultado constante o, al menos, el más habitual de la naturaleza política de los seres humanos. Lo erróneo o lo que no sucede regularmente, y lo ocurre inusitadamente, no persiste en el tiempo:
En efecto, la autocracia, ya sea que el jefe supremo que está en el vértice de la pirámide política ejerza su autoridad en nombre de Dios o de los dioses, ya que la reciba del pueblo o de quienes presumen representarlo, proporciona una fórmula política, o sea un principio de autoridad y una justificación del poder, que resulta, clara, simple y fácilmente comprensible para todos. No puede haber organización humana sin jerarquía, y cualquier jerarquía exige necesariamente que algunos manden y otros obedezcan; y puesto que está en la naturaleza del hombre que muchos de ellos quieran mandar y que casi todos acepten obedecer, resulta bastante útil una institución que da a los que están arriba la manera de justificar su autoridad, y al mismo tiempo ayuda a persuadir a los de abajo a que deben admitirla[10].
En todo organismo político, según Mosca, hay siempre un sujeto superior a la jerarquía de toda la clase política; este es el que dirige el mando del Estado. Mosca anota, que este sujeto en ocasiones es uno que, legalmente, no tendría que disponer del poder supremo:
(…) muchas veces ocurre que, junto al rey o al emperador hereditario, hay un primer ministro o un mayordomo de palacio que tiene un poder efectivo por encima del propio soberano; o que, en lugar del presidente elegido, gobierna el político influyente que lo ha hecho elegir. Algunas veces, por circunstancias especiales, en vez de una persona sola, son dos o tres las que toman a su cargo la dirección suprema[11].
Para Mosca, la historia de la humanidad civilizada se puede compendiar en la lucha entre la predisposición que posee la clase dominante para adquirir, acaparar y atribuirse el aprovechamiento estable de las fuerzas políticas y a transmitirle su posesión a sus hijos en forma hereditaria, y la predisposición hacia la sustitución y variación de estas fuerzas políticas y la salvaguarda de fuerzas nuevas. Todo ello, produce una corriente de flujo de fuera hacia dentro y de dentro hacia fuera, entre la clase alta y algunas fracciones de las bajas:
Las clases políticas declinan inexorablemente cuando ya no pueden ejercer las cualidades mediante las que llegaron al poder, o cuando no pueden prestar más el servicio social que prestaban, o cuando sus cualidades y los servicios que prestaban pierden importancia en el ambiente social donde viven[12].
Una organización política, más o menos perfecta, opina Mosca, es aquella en donde los que gozan del poder más alto poseen, además, una situación económica no subordinada a nada ni a nadie. En la clase política predomina, también, la actitud para dirigir, así como las cualidades intelectuales, económicas y morales. La preparación, la cultura científica, los grados académicos y las aptitudes especiales corroboradas, abren las posibilidades hacia los cargos públicos, y además permite la posibilidad de manipular, según antojo, a quienes no son profesionales o especialistas preparados:
(…) el poder de los profesionales consiste en la capacidad de revelar los derechos y, de paso, las injusticias o, al contrario, en la capacidad de condenar el sentimiento de injusticia fundado únicamente en el sentido de la equidad, y, así, desanimar la defensa judicial de los derechos subjetivos, en suma, se trata de la capacidad de manipular las aspiraciones jurídicas, de crearlas en algunos casos, de ampliarlas o desalentarlas en otros[13].
Los sujetos que se movilizan de una posición social a otra, conservan sus actitudes intelectuales, pero cambian sus actitudes morales, lo que se puede percibir a través de los sentidos y del entendimiento. De esta forma, existe la posibilidad de que el servil se vuelva arrogante y el humilde orgulloso. Es cierto, también, que quien asciende desde abajo suele desarrollar el sentir de justicia y de equidad.
El lograr de hecho el poder, por parte de la clase política, no es suficiente. La clase política justifica su poder, proporcionándole un sustento moral y legal. Hacen que el surgimiento de su poder se tome como la consecuencia indispensable de doctrinas y creencias, las que usualmente son las aceptadas y reconocidas en esa sociedad que conduce la clase política. La clase política consigue ampliar su existencia en el tiempo, cuando sabe gestionar la reforma oportuna de las clases dirigentes; en este sentido, el principal mérito de la clase popular se sitúa en su capacidad connatural de extraer de su interior nuevos sujetos capacitados para dirigirlas.
Para Mosca, si las fuerzas políticas cambian, se deben afirmar las actitudes originales en la dirección del Estado; pero, si las antiguas fuerzas políticas no mantienen sus actitudes, se transformará la composición de las clases políticas. La clase política no puede evitar decaer si le resulta imposible desplegar las cualidades que la pusieron en el poder o, simplemente, si esas cualidades dejan de tener importancia en el entorno social en que se desenvolvían.
Como anoté antes, según Mosca, en todo organismo político siempre existe un sujeto que es el superior de toda la jerarquía de la clase política y que es el que dirige el timón del Estado. Este sujeto, que es jefe de Estado, logra gobernar gracias al apoyo de la clase dirigente que hace cumplir y respetar sus mandatos. Asimismo, la clase política requiere de una capa o nivel de la sociedad para que le ayude en el gobierno; esta capa social, es la clase media. La clase media es, para Mosca, indispensable para que cualquier organización tenga posibilidad de existir: la clase alta de la sociedad no sería suficiente para enderezar y dirigir el accionar de las masas. Los que pertenecen a la clase media cuentan con los medios para obtener una instrucción necesaria y, de su mismo ambiente familiar toman el concepto práctico de lo que son los recursos necesarios para lograr una carrera administrativa y burocrática.
En el conflicto entre las fracciones de la clase dirigente, una de ellas busca la ayuda de las masas. De esta manera, se le unen los sujetos que, aún perteneciendo a las clases bajas, supieron ponerse en una posición superior dentro de su clase gracias a su particular inteligencia y energía o por su osadía y atrevimiento, con lo que se apartan y se colocan por encima del común de la gente de su clase desfavorecida. La fracción de la clase dominante que ha buscado ayuda en las masas, obtiene la simpatía de ellas magnificando y sacando a la luz el egoísmo, la tontería y los privilegios materiales de los ricos y poderosos, mostrando sus vicios y errores verdaderos e imaginarios, comprometiéndose a cumplir con el sentimiento de justicia. Si una fracción de la clase política, al propugnar renovaciones, es marginada del poder, esta intentará echar abajo al gobierno vigente ayudándose de las mayorías que le seguirán con facilidad si es que están en desacuerdo con el sistema constituido. De esta manera, la clase social más baja, resulta siendo un elemento indispensable de la mayoría de las sublevaciones y revoluciones. Es por ello, que con regularidad vemos al frente de las manifestaciones populares a sujetos de un nivel social superior. También podría suceder lo contrario: que la clase política que posee el poder y que es la que no acepta las tendencias renovadoras, acuda a la plebe que aún permanece fiel a las antiguas ideas y que no quiere la renovación[14].
En las mismas clases bajas hay una minoría dirigente que no acepta a los que están en el poder. Esta minoría logra tener mucha influencia sobre las masas, más que la propia clase gobernante. Si crece el aislamiento de clases y el descontento entre las clases inferiores, habrá también una creciente tendencia a que las clases bajas ayuden a derribar al gobierno que exista. Finalmente, puede darse el caso que la clase dominante que existía sea reemplazada por otra, y esto servirá de poco o nada provechoso para las masas. Vemos pues, que para Gaetano Mosca, el aislamiento de las masas, las contrariedades y rivalidades entre cultura, creencias y educación de las clases sociales, podrían hacer que se constituyan – en la parte interna de la masa – una nueva clase dirigente, la que es, por lo regular, contraria a la que viene ejerciendo el poder. Si la clase baja se organiza debidamente, podría provocarle grandes dificultades a los gobernantes. Las mayorías dominadas logran influir sobre sus dominadores que conforman la clase política; es más, si el pueblo es infeliz podría lograr el derribo de su clase política. De la misma manera, las clases dirigidas van con los dirigentes mientras compartan opiniones y creencias. La presión de las mayorías, acrecentada por su falta de contento, podría lograr determinada influencia en la clase política. Si la falta de contento llega a ser muy grande y, con ello, se provocará el derrocamiento de la clase dirigente, surgirá, indispensablemente, en la masa, una nueva minoría organizada que sustituirá a la clase política derrocada.
Mosca, al igual que Pareto, opina que cualquier clase política tiene que reemplazarse con sujetos de las clases inferiores puesto que ellos conservan activas las tradicionales reacciones de lucha que contribuyen a su conservación, como individuos que son. El aislamiento de una clase tiene como consecuencia el decaimiento de la misma, y esto es así porque se queda sin la capacidad de operar competentemente en sus asuntos y en los de la sociedad. Por lo tanto, por el aislamiento, frente a un conflicto con los contrarios externos o internos, el sistema político se cae a la primera[15].
Situándome en otra cuestión, debo anotar que a Gaetano Mosca el sufragio universal nunca le resultó real y verdadero. Por el contrario, le pareció algo quimérico, dudoso o puramente nominal. Para él, el sufragio universal se apoya en la engañosa creencia sobre que los electores eligen a sus representantes; no obstante, lo que pasa realmente es una situación diferente: el representante se hace elegir por los electores. Para Mosca, la soberanía popular –como resultado del sufragio universal – no es más que un mito extremadamente riesgoso, con el que se busca que la sociedad crea que es ella quien gobierna, y que los servidores públicos elegidos están para servirle. Siendo así, la democracia parlamentaria se sustentaría en la idea jurídica de que el representante es elegido por la mayoría de los electores; sin embargo, la realidad de los hechos demuestra una situación muy diferente. En un proceso electoral se sabe bien que el elegido no es determinado, como tal, por los votos de los electores; más bien, se sabe que, en general, se hace elegir por ellos –que es una situación muy diferente – o, si se quiere, son los amigos del elegido los que lo hacen ser tal. La existencia de un candidato se debe a la labor de un conjunto de sujetos unidos por un fin común, de una minoría organizada que se impone a la mayoría desorganizada:
(…) en un régimen representativo de sufragio muy amplio el poder efectivo queda en manos de pequeñas minorías organizadas, casi todas compuestas por individuos provenientes de clases superiores y sobre todo de clases medias, o que ya hayan adquirido los requisitos de la clase media. (…) Es cierto que tanto, ayer como hoy, ha sido y es posible a los intereses particulares de pequeñas minorías organizadas predominar sobre el interés colectivo, paralizando la acción de los que deberían tutelar a este, (…) todas las organizaciones estatales están constituidas por minorías organizadas y que por esto toda forma de régimen político que cree basarse en la libre expresión de la voluntad de la mayoría contiene una incurable falsedad, que a la larga producirá su decadencia. (…) –Refiriéndose al gobierno parlamentario dice que – un mayor conocimiento de la historia y una más vasta experiencia de la vida nos han enseñado a considerarlo con mayor indulgencia, al comprobar que es imposible que exista una forma de organización política que en su funcionamiento práctico no sea contaminada por las ineludibles debilidades morales e intelectuales de la naturaleza humana[16].
Podemos advertir que, según Mosca, el Estado representativo moderno, porta en sí mismo los gérmenes que pueden provocar su decadencia y disolución. La presencia de una burguesía media es vital para la existencia normal de un régimen representativo moderno. Producida la decadencia, si esta aumenta y se mantiene, es posible que las formas de los ordenamientos representativos duren algún tiempo más; empero, se transformará en una dictadura plutocrática, o en una dictadura burocrática y militar, o en una dictadura demagógica de pocos cabecillas que sepan hacer o decir cosas con la intención de agradar a las masas y provocar en ellas la envidia y los instintos de apropiación – con daño seguro del interés general-, o convertirse en una combinación de una y otra de las dictaduras nombradas. Todo este riesgo que lleva dentro de sí el Estado representativo, parece agravarse con el llamado sufragio universal, el que es consecuencia necesaria surgida de la base moral e intelectual del sistema representativo. Nunca las mayorías –sobre todo si son pobres e ignorantes – han mandado sobre las minorías –sobre todo si ellas son relativamente ricas e inteligentes-. La clase dirigente, inserta en su conciencia o en su subconciencia el saber de esta verdad, y muy posiblemente sea esto lo que contribuye a hacerles aceptar sin mayor rechazo el sufragio universal[17]. Se dice que los electores son completamente libres de elegir en un sufragio, pero esto no es algo que se produzca en la realidad de los hechos; más bien es algo que se queda en pura teoría. Verdaderamente, en la práctica, el elector tiene una libertad grandemente limitada, y esto es así porque que si él no pretende desperdiciar su voto tendrá que votar por uno de los candidatos con posibilidad de ganar dado que estos son los que están apoyados por un conjunto de amigos o partidarios. Dada esta situación, el individuo común que es parte de la gran mayoría de votantes, no puede más que optar por no votar o votar por algún candidato con posibilidad de triunfar. En este sentido es que para Mosca la participación política de las mayorías mediante del sufragio universal, no es más que una completa falsedad. Los que realmente ganan son las personas que son capaces de implantarse en ese marco tan puntual y, muchas veces, camuflado o inventado por el sistema electoral. Ellos son los que deciden y eligen a los representantes.
5 LA LEY DE HIERRO DE LAS OLIGARQUÍAS EN ROBERT MICHELS
Robert Michels, se inspira en las ideas de Pareto y de Mosca. En ese sentido, tengamos en cuenta que Robert Michels (1876-1936) fue discípulo de Gaetano Mosca y, como tal, también cuestionó los postulados de Marx; sin embargo, lo hizo con menor hincapié que Mosca y Pareto.
Michels no aceptaba la teoría marxista, que para él era utópica; no obstante, conservó componentes del método analítico. El no contar con los conocimientos psicológicos convenientes, dice Michels, fue lo que hizo hundirse al socialismo en un gran error: la mezcla de pesimismo, en relación al presente, y optimismo exagerado y confianza sin límites en relación al futuro. Al efectuar un concepto realista de la condición mental de las masas, se mostraría, sin duda alguna, que aun aceptando la posibilidad de un avance moral de la humanidad, esto no justifica, por su naturaleza, un optimismo excesivo. De los materiales humanos no pueden prescindir los políticos y los filósofos en sus proyectos de reconstrucción social
Dentro de los límites temporales en que resulta posible formular previsiones humanas, el optimismo seguirá siendo privilegio exclusivo de pensadores utópicos. (…) Nada podría ser más anticientífico que la suposición de que tan pronto como los socialistas hayan logrado conquistar el poder gubernamental, ello bastará para que las masas ejerzan una pequeña fiscalización sobre sus conductores, a fin de lograr que los intereses de estos coincidan perfectamente con los de los conducidos. (…) La inmadurez objetiva de la masa no es un fenómeno meramente transitorio que desaparecerá con el progreso de la democratización au lendemain du socialismo –como consecuencia del socialismo-. Por lo contrario, proviene de la misma naturaleza de la masa como tal, pues esta, aun organizada, sufre de una incompetencia incurable para la solución de los diversos problemas que la aquejan (la masa es, en sí misma, amorfa y necesita división del trabajo, especialización y orientación). La especie humana precisa ser gobernada (…) El hombre como individuo está por naturaleza predestinado a ser guiado (…)[18].
Para Michels, no existe contradicción esencial entre la doctrina que postula que la historia es el registro de una serie continua de luchas de clases, y la doctrina que postula que las luchas de clases invariablemente culminan en la creación de nuevas oligarquías que llegan a fundirse con las anteriores. La existencia de una clase política no contradice los supuestos esenciales del marxismo, siempre que juzguemos al marxismo como una filosofía de la historia y no como un simple dogma económico.
En cada caso particular el dominio de una clase política se origina como resultado de las relaciones entre las diferentes fuerzas sociales que pugnan por la supremacía; esto claro, si entendemos a esas fuerzas de forma dinámica y no cuantitativamente. Este dinamismo lo podemos advertir de las distintas corrientes democráticas de la historia, las cuales lucen como ondas sucesivas, golpean sobre la misma playa y se renuevan constantemente. El constante espectáculo es, a la vez, alentador y depresivo:
(…) cuando las democracias han conquistado ciertas etapas de desarrollo experimentan una transformación gradual, adaptándose al espíritu aristocrático, y en muchos casos también a formas aristocráticas contra las cuales lucharon al principio con tanto fervor. Aparecen entonces nuevos acusadores denunciando a los traidores; después de una era de combates gloriosos y de poder sin gloria, terminan por fundirse con la vieja clase dominante; tras lo cual soportan, una vez más, el ataque de nuevos adversarios que apelan al nombre de la democracia. Es probable que este juego cruel continúe indefinidamente[19].
Estas son ideas centrales que Michels plasma en su obra de 1911, Los partidos políticos, donde además elabora su teoría de las élites. Para Michels, Marx no logró prever que la democracia, inevitablemente, lleva a la oligarquía; y es a esta inevitabilidad a lo que Michels llama la ley de hierro de la oligarquía.
La especialización de las labores es un requisito de toda gran organización; con ello, se produce inevitablemente una separación entre el pueblo –que es el mayoritario – y sus dirigentes. Esto hace que el surgimiento de la oligarquía resulte determinante en toda gran organización. Las minorías usan su organización para poder controlar a las mayorías, y esto comporta la aparición de la oligarquía; así, las grandes organizaciones terminan divididas en una minoría de dirigentes y en una mayoría de dirigidos. Las grandes organizaciones suelen prosperar y hacerse cada vez más fuertes y, con ello, también sus dirigentes. De esta forma, cuanto más fuerte es la organización, mayor será la necesidad de poder de los dirigentes. Luego, la democracia es la que termina viéndose afectada. Michels, afirma con mucha firmeza, allá por el año 1911, cuando escribía su obra Los partidos políticos, algo que, curiosamente, encaja muy bien en nuestra actualidad. No hay que ser muy profundo para advertir que, en la actualidad, existe un sistema de poderes inescrupulosos que nos impulsa a caer en un estado de dependencia innecesario, con el único fin de lograr controlarnos para instaurar y mantener determinados intereses de privilegio: “En la sociedad de hoy, el estado de dependencia que resulta de las condiciones económicas y sociales, hace imposible el ideal democrático. Es necesario admitir esto sin reservas (…).”[20]
Queda claro entonces que, la aparición de oligarquías dentro de las democracias es consecuencia directa de una necesidad orgánica y, por ello, es que aparece en toda organización sin importar que sean socialistas o incluso anarquistas. En ese sentido, tengamos en cuenta que, allá por al año 1816, el suizo Ludwig von Haller, en su obra Restauración de la ciencia política o Teoría del estado social natural opuesto a la ficción de un estado civil facticio, ya afirmaba que en la vida en sociedad – cualquiera que sea su forma – es la misma naturaleza la que crea las relaciones de dominio y de dependencia[21].
Michels afirma que el pueblo jamás llegará a gobernar, a menos que lo haga en abstracto. Empero, lo que importa saber es hasta qué punto y en qué grado es deseable, posible y realizable la democracia ideal en algún momento dado. No es relevante analizar si la democracia ideal es factible o no. No pretendo negar que los sistemas democráticos realicen mejoras, ni tampoco seré tan carente de experiencia y de sentido crítico, como para no saber aceptar que todo orden y toda civilización deberán mostrar rasgos aristocráticos[22].
Por su parte, la especialización, conlleva la responsabilidad que asumen los dirigentes para guiar a las masas; por la especialización, la democracia se torna en el gobierno de los mejores o, dicho más precisamente, en una aristocracia. Son los dirigentes los que, material y moralmente, resultan reconocidos como los más aptos y los más juiciosos. Sin embargo, esta oligarquía no está libre de peligros ya que, habiendo ella nacido de la democracia, tienen patente la posibilidad de que las mayorías se rebelen en su contra o, que de la oligarquía, se pase a una dictadura. Estos son los dos peligros que lleva aparejada la oligarquía. Ambas se diferencian en que, mientras la rebelión surge de las masas, la dictadura surge de la propia oligarquía; así, se puede decir que la oligarquía conlleva el peligro de la rebelión contra el poder y el peligro de la usurpación de poderes.
Un Estado, al ser una importante y gran organización, requiere de una amplia burocracia y, por este requerimiento de amplitud, se termina convirtiendo también, en una muy complicada burocracia. Es esta burocracia la que sostiene a las clases dirigentes y es la que les asegura el dominio y los mantiene en el poder y en el liderazgo del Estado. Mediante la organización política se accede al poder, a un poder conservador. Quien alcanza el poder se esmera por tener mayores privilegios, gracias o exenciones; se esmera por lograr un poder sólido y amplio, alejándolo del dominio de las masas mayoritarias. Los elegidos consiguen el dominio sobre los votantes gracias a la organización política existente, y es esta la que hace que una persona ocupe por elección un cargo muy relevante en la gobernación y representación del Estado, colocándolo sobre los otros mandantes.
El ideario de la organización política supone que el pueblo tiene la capacidad para advertir la competencia de sus futuros líderes, cuando se dan las elecciones. Los líderes deben convencer de esto al pueblo ya que de ello depende su mayor fuerza y legitimación periódica en el poder; así, es que los líderes y los grupos con los que se postulan, necesitan de las elecciones. Los líderes y sus grupos políticos buscan ser reconocidos como personas atentas y preocupadas por los asuntos de todos los integrantes del pueblo, anuncian que luchan por el bien de todos y en nombre de todos. Los líderes y sus grupos políticos, procuran la ayuda de determinadas clases cultas y pudientes del Estado y que aún no cuentan con privilegios políticos. De igual forma, los líderes y sus grupos políticos buscan el soporte y ayuda de la prensa. La prensa les resulta un apoyo, muchas veces, determinante para alcanzar, mantener y fortalecer su poder. A través de la prensa logran hacerse conocidos para el pueblo. Los líderes usan a la prensa para ganar y preservar la aceptación del pueblo y también para desprestigiar a sus oponentes.
De otro lado, las organizaciones requieren de una técnica especializada para ser conducida con certera habilidad. Así, el poder de determinación se transforma en uno de los componentes puntuales del liderazgo, con lo cual, los líderes que constituyeron los órganos ejecutivos de las mayorías, se independizan de estas últimas y se liberan de su fiscalización. Al final, la organización y el poder de los líderes, encuentra pocos límites y se transforma en un poder oligárquico, que si bien se funda sobre una base democrática, termina sofocándola: “Para Robert Michels (…) la tendencia hacia la oligarquía es un proceso común a todas las organizaciones importantes. (…) las tendencias socialistas son tan burocráticas y oligárquicas como las sociedades capitalistas.”[23]
Las masas no pueden prescindir del liderazgo ya que encuentran regocijo en el hecho de que otros resuelvan sus asuntos. Las mayorías masificadas son grupos que tienen una impasibilidad en el ánimo, lo que que las transforma en grupos con una dejadez y con una falta de vigor, que las hace necesitar de un líder que los conduzca. Aquí radica la base más fuerte que encuentran los líderes para alcanzar y conservar el poder: la falta de competencia y la incapacidad e indiferencia que tienen las masas para los asuntos políticos. La falta de competencia de las masas hace que los líderes cuenten con una justificación moral y práctica. Si las masas son incompetentes y adolecen de una impasibilidad de ánimo, entonces es lógico que tengan expertos liderando sus asuntos ya que, ellos –el pueblo-, no podrían hacerlos. Esta impasibilidad de ánimo de las masas y la necesidad de ser dirigidos, se corresponde y concuerda bien con el impulso instintivo de los líderes por conseguir el poder. La masa se satisface a sí misma obteniendo a un líder que la conduzca, y esta necesidad, una vez satisfecha, hace que se le rinda culto y se le tome por héroes a los líderes elegidos. En este mismo sentido Wrigth Mills escribirá que:
(…) el pueblo no ve claro y tiene que colocar, como un niño confiado, todo el mundo nuevo de la política exterior y la acción estratégica y ejecutiva en manos de expertos. Es que todo el mundo sabe que alguien debe dirigir el cotarro, y que alguien suele hacerlo. Los otros no se preocupan realmente, y, además, no saben cómo hacerlo[24].
Michels apuntará, que las masas ven como un deber sagrado el prodigar una sincera gratitud a sus líderes; y esta gratitud, generalmente, la expresan reeligiendo sucesivamente a sus líderes merecedores de ello, manteniéndolos en el poder por siempre. Así, con la mayor prolongación del liderazgo, este se convertirá en una casta cerrada. No obstante, si el pueblo se siente defraudado o conculcado en sus derechos, es posible también que no les reconozcan ninguna gratitud a sus dirigentes y que los depongan. Algunos líderes se colocarán como defensores y consejeros sinceros del pueblo; estos usualmente son perseguidos, aprisionados u obligados al exilio.
Entonces, según Robert Michels, la mayor competencia y capacidad de los líderes conlleva a la aparición de la oligarquía dado que las mayorías masificadas se subordinan a ella otorgándole una potestad que, con el paso del tiempo, deteriora y acaba con la democracia. Llegado a estos términos –de oligarquía – las mayorías masificadas son manipulables y susceptibles de aceptar cualquier mentira como verdadera, e incluso los líderes pueden llegar a convencerlas de que hacen, escriben y hablan en su nombre, cuando realmente no es así. Y si nos ponemos en la actualidad, advertiremos que esto sigue aconteciendo sin reparo alguno, y las masas siguen votando a quienes les manipula abiertamente:
(…) los poderes inescrupulosos de hoy ya no buscan someter a nadie por la fuerza; todo lo contrario, Lo que hacen es forjar a los ciudadanos a su conveniencia para que sus capacidades de reflexión y crítica se vuelvan manipulables y mínimas, logrando de esta manera que, incluso, por esa ceguera provocada, los ciudadanos estén de acuerdo con ellos pese a que ponen en riesgo su propio bienestar y menoscaban sus derechos. (…) La política estatal de hoy es más el sinónimo de oportunismo político por el poder (…)[25].
El pueblo, al tener menor preparación intelectual y cultural, no tiene la posibilidad de advertir lo que a sus líderes realmente les interesa. Las masas, tienden a dejarse guiar por personas comunes y mediocres, que por gente talentosa y políticamente culta. Su falta de capacidad las hace masas de poco vigor y de poca fuerza para alcanzar una correcta organización; por ello, es que necesitan de líderes, y por su debilidad no son capaces tampoco de resistirse con eficiencia en contra de las decisiones de los líderes. Un ejemplo de ello es la falta de resultados concretos en la multiplicidad de huelgas y revueltas políticas que se producen; esto es reflejo de la debilidad y la ausencia de líderes dentro de la mayoría masificada.
6 MICHELS Y LOS LÍDERES REVOLUCIONARIOS SURGIDOS DEL PUEBLO
Cuando el pueblo se rebela y logra resultados eficientes, no lo hace de un momento a otro. Esto, según Michels, lo hace gracias a la aparición de líderes que salen de su propio interior y que son los que guían a las masas en su revuelta; empero, los nuevos líderes surgidos, una vez ganada la revuelta y obtenido el poder en nombre del pueblo, se distancian de las masas formando un grupo que tiende a separarse de las mayorías masificadas y, a la larga, incluso, se oponen al pueblo que un día lideraron hacia la revuelta que los puso en el poder. Así las masas se vuelven a quedar sin líderes propios, y la oligarquía vuelve siempre a resurgir.
Las revueltas que hace el pueblo, al final, no generan, estructuralmente, cambios hacia su interior. Los líderes surgidos de su seno, poco a poco se alejan de él y son seducidos hacia el entorno de la clase política gobernante. Una vez que estos nuevos líderes – levantando en alto los derechos conculcados de su pueblo y destronando a los perversos abusivos e impositores de sus antecesores – alcanzan el poder y se constituyen en los nuevos gobernantes, caen en una transformación que los hace muy parecidos a los malvados que lograron echar. Así, resulta que los revolucionarios del presente terminan siendo los reaccionarios del futuro.
El líder sabiéndose y sintiéndose colocado en una posición necesaria e indispensable – gracias a la incompetencia y dejadez de las masas-, sin mucho esfuerzo, de servidor se convierte en amo de su pueblo. Al principio son líderes atentos y preocupados por la resolución de los asuntos del pueblo, pero luego, con el tiempo, se hacen señores del pueblo y se desligan de dicha preocupación. Únicamente procuran mantener la preocupación en apariencia, o la retoman calculadamente para su propia conveniencia de poder y dominación. Si surge alguna oposición a la voluntad del líder, esta es calificada de antidemocrática porque el líder fue elegido, al menos legalmente, para representar la voluntad general (aunque, a la larga, esto no se refleje en sus actos reales de gobierno).
Ahora bien, desde el interior del pueblo existe la posibilidad que surja alguien que se haga notar de manera superior al resto y que logre llegar al nivel de líder gobernante. Este surgimiento de nuevos sujetos carismáticos pone en peligro a los que ya poseen el poder, puesto que es posible que tengan que retirarse para dar paso a los nuevos líderes o compartir con ellos su dominio; así, se inicia la formación de una élite nueva.
De otro lado, ante una disputa entre el pueblo y los líderes, suelen triunfar los últimos, siempre que sepan estar unidos. El pueblo a veces se rebela, pero, por lo regular, termina siendo sometido. Esta situación cambia cuando la incapacidad de los líderes es manifiestamente clara; frente a ello, el pueblo cobra un rol activo en su historia y suele derrocar el poder de la oligarquía constituida. Las revueltas autónomas del pueblo son consecuencia de una sustancial falta de aceptación hacia las decisiones de los gobernantes. Las revueltas del pueblo suelen ser dirigidas por nuevos líderes que surgen de su propio seno; sin embargo, no es raro que estos líderes se desliguen de las relaciones que tienen con su pueblo para poder pactar con los líderes contrarios, ofreciéndoles a estos que luego ordenaran el cese de la revuelta. El pueblo, ante esta situación se enoja, pero nada puede hacer porque no tiene la fuerza para sancionar la traición de los que fueron sus líderes. Cuando las revueltas del pueblo tienen éxito y logran acabar con sus líderes, lo que realmente ha sucedido es que los líderes no han conseguido ponerse de acuerdo y han perdido su unión, lo que les ha generado la destrucción entre ellos mismos y con el apoyo del pueblo.
Para Michels, si el cambio social no se da a través de una revolución, entonces se da desde la unión o mezcla de las posiciones contrarias o distintas que hay entre los viejos líderes y los nuevos, a través de un proceso que hace llenar –con unos y otros viejos y nuevos líderes – las vacantes que se producen en el seno de los gobernantes y mediante el voto de ellos mismos. Aquí estamos ante un cambio de producto de una mezcla de intereses. Los individuos más virtuosos, resultan siendo líderes potencialmente revolucionarios y, en tiempos de calma, es decir no revolucionarios, estos individuos se encuentran sujetos a una pluralidad de tentaciones que buscan cautivarlos. Así, de acuerdo con Michels, la verdadera disputa no se sitúa entre el pueblo y sus gobernantes; la verdadera disputa se da entre los líderes que ya tienen el poder y los nuevos líderes que afloran desafiantes y en busca de ser promovidos hacia la toma del poder:
El ascenso de nuevos aspirantes al poder siempre está sembrado de dificultades, cerrado por obstáculos de toda clase, solo superable con el favor de la masa. Es muy raro que la lucha entre los viejos líderes y los nuevos termine con una derrota completa de los primeros. El resultado del proceso ya no es una circulación de élites, sino una reunión de élites; es decir una amalgama de estos dos elementos. Quienes representan la nueva tendencia, mientras su andar es aún inseguro, procuran encontrar toda clase de vías laterales, para evitar que los poderosos los derriben. Pretextan que sus divergencias de opinión con la mayoría son insignificantes (…) y expresan su pena de que los viejos líderes muestren carencia de verdaderos sentimientos democráticos.”[26]
De otro lado, Javier Barraycoa explica que existe una tendencia a generar apoliticismo en las democracias de las sociedades de masas, es decir, como lo sostiene Max Weber, para garantizar a la estructura de poder se debe tender a propiciar que no todos los ciudadanos pretendan llegar al poder, de lo contrario la situación sería muy combativa, inconstante e insegura. Esta idea se reafirmaría con lo que propone Robert Michels:
(…) toda organización social, incluyendo los partidos políticos, tiende a la oligarquización jerárquica. La oligarquización permite apartar las masas de la dirección de los partidos y convertirlos así en organizaciones efectivas. Igual ocurriría con la estructura de poder: en la medida en que se oligarquiza y aleja las masas del interés y la participación política, su gobierno se hace más efectivo[27].
Es curioso comprobar que, actualmente, en nuestras democracias contemporáneas existe una tendencia a la abstención política y electoral. Es una suerte de desapego para comprometerse activamente en las cuestiones del poder pues parece que al ciudadano común le resulta más cómodo dejarse llevar – mandar – o, simplemente, ser indiferente a todo lo que tenga que ver con la estructura democrática del poder, precisamente porque ya no cree en ella ni cree que esta le vaya a determinar un cambio a mejor para su vida.
7 PARETO, MOSCA Y MICHELS: DIFERENCIAS Y COINCIDENCIAS
Vilfredo Pareto, Gaetano Mosca y Robert Michels, propusieron un innovador enfoque de estudio de la llamada sociología política de finales del siglo XIX e inicios del XX. Ellos transformaron las concepciones de la democracia liberal.
De manera general hemos visto que los tres autores coinciden en alguno de sus postulados; así, resulta que la teoría de las élites tiene componentes de la circulación de las élites de Pareto, de la clase política de Mosca y de la ley de hierro de la oligarquía de Michels. Para estos tres autores del elitismo defendieron que: “la sociedad no cambia básicamente en absoluto. (…) Como alternativa al cambio ellos describen un ciclo eterno de aparición, dominación, degeneración y caída de las élites (…)”[28].
A Gaetano Mosca y a Vilfredo Pareto se les considera los fundadores de la ciencia política italiana. Los dos se desenvuelven en el escenario positivista, y hacen sus comprobaciones con los hechos y con la historia.
Mosca describe a la clase política, y sienta las características que resultarían verificables en todos los conglomerados humanos en donde haya un gobierno. Así, los que manejan y ejercitan el poder público son una minoría a la que se someten los gobernados. Estos últimos nunca se hacen parte del gobierno, únicamente lo aguantan. Este autor usa los datos históricos para sostener que los que gobiernan ejercen sus actuaciones, todas las veces, como reducida minoría que controla al conjunto de los gobernados. Asimismo, según Mosca, la clase política nunca reconocerá que gobierna por, meramente, estar integrada con elementos que fueron o son los más capacitados para gobernar. La clase política dirá que su poder se sustenta en un principio abstracto y lo expresará mediante una fórmula política, como, por ejemplo, la voluntad popular.
Pareto considera las cosas de forma menos favorable; es un idealista desilusionado. Para Pareto, las élites tienen que recomponerse – circulación de las élites – si quieren sostener vigorosamente el poder que tienen.
Robert Michels, explica las proclividades oligárquicas en la matriz de los partidos social-demócratas de su época. Michels explica estas tendencias en las democracias modernas y cómo se plasman en los partidos políticos y en los sindicatos obreros. Michels advirtió:
(…) la desigualdad estructural y la rígida jerarquización en el seno de las organizaciones políticas. El análisis descansa sobre principios sociológicos, no psicológicos: es la organización la que da origen al dominio de los elegidos sobre los electores, de los mandatarios sobre los mandantes, de los delegados sobre los delegadores[29].
Este autor alemán está vinculado con los otros dos autores italianos. Ya lo decía Pablo Lucas Verdú: “La contribución de estos autores a la Ciencia Política italiana soslayó el predominio, tan fuerte en las Ciencias Sociales, del idealismo italiano (…), subsistió durante el fascismo y se replantea en nuestros días (…)”[30].
Tanto Pareto, Mosca y Michels consideran que cualquier sociedad –desarrollado o no – está compuesta por dos grupos de personas: un grupo que constituye a la élite que lidera, y otro que integra a la masa o pueblo gobernado. El grupo de la élite es la minoría, es el que se ocupa de los asuntos y de las labores políticas, es el que acapara en exclusividad el poder y disfruta de las condiciones favorables que este le otorga. El grupo de la masa gobernada, es siempre la mayoría en número y es dominada de forma directa por el primer grupo: “Las semejanzas existentes entre estos tres autores (…) residen en el manifiesto reconocimiento del fundamento minoritario del poder y en su realismo metodológico.”[31]
Mosca y Pareto rechazan la lógica, la teoría y la filosofía del socialismo en su versión radical y marxista; no la aceptan por su separación y exclusión de los sujetos reales de la sociedad y por su baja utilidad práctica. En contraste con ello, Michels sí que vuelve a tomar, para algunos supuestos, la metodología de Marx.
Mosca arma su teoría de la clase política valiéndose del método histórico-comparativo usándolo en el ámbito político-institucional. Pareto usa el mismo método, aunque desde un plano multidimensional; así, analiza los fenómenos sociopolíticos en un ámbito analítico-abstracto, según la psicología social, la antropología cultural, la estructura económica y la movilidad social.
En cuanto a Michels, este analiza los tipos y formas de liderazgo, fundamentalmente, en las instituciones del partido y del sindicato.
Gaetano Mosca, Vilfredo Pareto y Robert Michels, coinciden en que las élites la constituyen las minorías y en que estas están conformadas por los que poseen los niveles jerárquicos más elevados en su rama: los mejores en su labor. Los capacitados con cualidades de gobierno son los que pertenecerán a la élite gobernante.
Lo cierto es que los líderes terminan velando por sus intereses, que son consecuencia de los privilegios que han logrado gracias al poder alcanzado. Podemos encontrar organizaciones de masas cuyas acciones se encuentran destinadas a la voluntad y a los intereses de sus líderes y no a la voluntad y a los intereses del pueblo. Empero, las élites deben ser conscientes que no pueden ser indiferentes al sentir del pueblo, que es la mayoría. Esto es algo que deberían leer y tener muy en cuenta nuestros políticos y gobernantes contemporáneos.
Advertiremos bien, si notamos que los postulados del autor italiano Gaetano Mosca guardan mucha relación con la teoría de la circulación de las élites de Pareto.
Para Mosca la élite se compone por la minoría de personas que tienen el poder en una sociedad. Esta minoría es asimilable a una auténtica clase social: la clase dirigente o dominante. Esto es así porque lo que constituye su fuerza y le permite mantenerse en el poder es, precisamente, su organización y su estructuración. Existen, en efecto, diversos vínculos que unen entre sí a los miembros de una élite dominante. Estos vínculos aseguran a la élite una unidad suficiente de pensamiento, además de la cohesión, propia de los grupos de clase. Si la élite logra forjarse grandes medios económicos, se asegura, además – gracias a su unidad – el poder político y la influencia cultural sobre la mayoría mal organizada. Esto explica el papel histórico de la élite. Así, Mosca ve la posibilidad de elaborar una explicación completa de la historia a partir de un análisis de las élites rectoras. La historia la ve como animada por los intereses y las ideas de una élite establecida en el poder.
Vemos pues, que tanto Mosca como Pareto, hablan de un grupo dirigente, frente a otro que es el grupo dirigido; hablan de personas que monopolizan el poder político frente al resto que queda desposeído de él. Ambos autores inciden en que un grupo minoritario del sistema social se encargará de dirigirlo y que esta minoría se distanciará y escapará del control de la mayoría. Para Mosca el cambio del equilibrio de poderes en las sociedades democráticas puede influir notablemente en su composición. Pareto, sin embargo, no presta atención al papel que juegan las condiciones sociales en la transformación y la circulación de las élites.
8 A MODO DE CONCLUSIÓN
He procurado abordar en el espacio que corresponde a este tipo de trabajo académico los conceptos más relevantes de la teoría de las élites y de la reflexión de esta sobre nuestra actualidad. Es un tema que cobra peculiar notoriedad y autores como Mosca, Pareto y Michels, deben ser nuevamente revisados y estudiados ya que en ellos es posible que encontremos una explicación clara y real sobre nuestra realidad social y humana, y sobre los infortunios que hoy yacen en nuestras relaciones. Si queremos enmendar nuestra actitud social, primero hay que conocer y entender cuál es el error real a corregir, sabiendo sus posibles, verdaderas y peores consecuencias.
Parece cierto, que las riquezas heredadas o las conseguidas sin esfuerzo y capacidad y los nexos familiares y amicales, son las causas principales para que no haya una libre circulación de individuos que sean realmente capaces para desenvolverse en las élites y, más bien, se promueve la incorporación de otros, a los que podríamos identificar como los etiquetados.
Si la élite gobernante no inserta a los sujetos competentes y extraordinarios, provoca inestabilidad y conflicto. La historia y la actualidad evidencian que, ante esa situación, se crea una oscilación en el cuerpo político y social. En última instancia, más tarde o más temprano, esta circunstancia está destinada a corregirse ya sea dando apertura a nuevos accesos de movilidad de los mejores hacia la élite o, ya sea mediante un arrebatado abatimiento de la antigua e incapaz élite gobernante por parte de una nueva élite que sí sea capaz de gobernar.
De otro lado, la pugna entre los líderes y el pueblo conlleva como consecuencia, que los líderes venzan. En caso de que el pueblo se subleva, su agitación acaba siendo sometida y apagada. Se puede aquí observar alguna concurrencia con Max Weber, lo que resulta oportuno apuntar ahora:
La posición dominante de las personas pertenecientes a la organización (…) frente a las ‘masas’ dominadas se basa siempre en (…) la ‘ventaja del pequeño número’, es decir, en la posibilidad que tienen los miembros de la minoría dominante de ponerse rápidamente de acuerdo y de crear y dirigir sistemáticamente una acción societaria racionalmente ordenada y encaminada a la conservación de su posición dirigente. De este modo, la actuación amenazadora de las masas o de la comunidad podrá ser fácilmente reprimida (…)[32].
El alzamiento o insurrección de las masas, necesita, con antelación, que no falten líderes que los dirijan. Los líderes de la sublevación, aparecen de la misma matriz de las masas, pero cuando consiguen el poder en nombre del pueblo, padecen una conversión que los transforma en una ralea algo hermética, alejada del pueblo y aún contraria a él. Es imposible rehuir al hecho de que los que representaron a la masa se integren en la élite. En un primer momento son líderes admitidos para representar y combatir por el beneficio del pueblo; sin embargo, después de que estos líderes logran acceder al poder, despliegan intereses particulares que los transmutan en una minoría organizada, dominante y sólida. En tanto no se esté en épocas de insurrección, los más aptos integrantes del pueblo serán los posibles líderes de las sublevaciones, y es por ello que son siempre animados, a través de la cooptación, es decir, mediante el llenado de las vacantes que se van produciendo dentro de la élite, a integrarse dentro de la élite dominante.
La desavenencia y oposición entre la vieja élite y la nueva, en alguna circunstancia provoca el vencimiento de la vieja élite. En esta situación, la circulación de las élites no se produciría, sino que habría una reunión de élites o, dicho de otra manera, se produciría una conglomeración y mezcla de los dos elementos. El conflicto entre las élites y su circulación es el basamento de la historia y, es por ello que las insurrecciones populares no consiguen un triunfo venturoso para las masas. Estas luchas, realmente, únicamente facilitan el derrumbamiento de la vieja élite y la aparición de la nueva. Las élites usan al pueblo, ilusionando sus sentimientos, para así conseguir o mantener su poder. La pugna, verdaderamente, se da entre dos aristocracias que compiten y riñen por el poder, pero no se da entre la aristocracia y el pueblo. Weber le escribía a Michels diciéndole que “(…) la voluntad del pueblo” o “la auténtica voluntad del pueblo” son inexistentes: (…) son meras ficciones, y que la democracia consiste únicamente en la elección libre de los dirigentes (…).”[33]
Del interior del pueblo puede germinar la potencial élite de la que se nutra la élite nueva. Esto puede implicar la conexión entre la élite y el pueblo, ejerciendo, este último, funciones menores de dirección y con lo cual se convierte en una fuente de alistamiento para los niveles más altos de influencia.
Las élites y la aristocracia no subsisten perpetuamente; estas desfallecen con prontitud y, por eso, requieren robustecerse y restablecerse con componentes del pueblo que sean los más aptos. Sucedida la caída de la élite, inmediata y seguidamente se constituye una nueva en el seno de las clases bajas, llena de lozanía y de energía.
Si la élite que gobierna pretende conservarse en el poder, este poder, debe ser ejercitado por personas que viven para la política y que hallan en este modo de vida su vocación; además, deben tener una holgada economía que les permita independizarse de requerir usar la política para cubrir sus necesidades y gustos económicos; igualmente, deberán contar con una gran calidad moral.
Si no se dan todos estos elementos, es decir, que los gobernantes sean personas que no viven para la política, sino que viven de la política (situación que es muy diferente, aunque muy actual) y que sean personas que vean en la política el oficio que les proporciona los medios para poder vivir, entonces, estos gobernantes serán siempre proclives a convertirse en una clase política hermética que obstaculice e imposibilite la recomposición y la circulación de las élites políticas. Si la clase gobernante no es capaz de colmar las vacantes que se surgen en su seno con las personas que se encumbran como los líderes de clase dominada, estos, si están preparados y puestos para utilizar la fuerza, pueden precipitar el derrocamiento de la clase gobernante. A la sazón, las élites gobernantes que imposibilitan el paso a la renovación y no incorporan a la élite de la clase doblegada, son élites inconsistentes y endebles que no lograrán consolidar su dominio en el tiempo. Antes bien, si la élite gobernante es capaz de incorporar a los que se encumbran como los líderes de la clase subyugada, entonces, mayor será su fuerza y consistencia para preservar su situación de dominación. Logrando esta incorporación, la élite gobernante despoja a las masas de la posibilidad de que sus líderes se conviertan en sujetos del pueblo que luego lideren el ejercicio de la fuerza. El aferrarse en negar a una determinada élite tendrá como consecuencia la autocracia y, con ello, el aislamiento de la clase gobernante y su subsiguiente decadencia y desplome. Es en las clases inferiores donde están los más eficaces, vigorosos y enérgicos líderes que necesita la élite gobernante para renovarse; renovándose, mediante una actitud integradora y abierta, se elude que la élite gobernante termine siendo frágil y endeble o decaer en una autocracia.
9 OBRAS CITADAS
ABELLÁN, Joaquín, Democracia. Conceptos políticos fundamentales, Alianza, Madrid, 2011.
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– Los partidos políticos 2. Un estudio sociológico de las tendencia oligárquicas de la democracia moderna, traducido por Enrique Molina de Vedia, Amorrortu, Buenos Aires, 1996.
MILLS, Charles Wright, La élite del poder, traducido por Florentino M. Torres y Ernestina de Champourcin, Fondo de Cultura Económica, México D. F., 2001.
MOSCA, Gaetano, Histoire des doctrines politiques depuis l’Antiquité: les doctrines politiques depuis 1914, Payot, París, 1955.
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THERBON, Göran, ¿Cómo domina la clase dominante? Aparatos de Estado y poder estatal en el feudalismo, el socialismo y el capitalismo, traducido por Fernando Valero, Siglo XXI, Madrid, 2016.
TOUCHARD, Jean, Historia de las ideas políticas, traducido por J. Pradera, Tecnos, Madrid, 2007.
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ZEITLIN, Irving, “Gaetano Mosca (1858-1941)”, en Ideología y teoría sociológica, traducido por Néstor A. Míguez, Amorrortu, Buenos Aires, 1970.
Notas de Rodapé
[1] Este es un tema que desarrollé en mi Tesis Doctoral. Esta parte no ha sido publicada y la he actualizado y adecuado para el presente trabajo académico.
[2] Doctor Sobresaliente Cum Laude en Derechos Humanos, Máster en Derechos Fundamentales, Máster en Estudios Avanzados en Derechos Humanos, Especialista en Educación para la Ciudadanía y los Derechos Humanos, por la Universidad Carlos III de Madrid; Especialista con Matrícula de Honor en Derechos Humanos por el Instituto de Derechos Humanos de la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid; Académico Correspondiente de la Real Academia de Legislación y Jurisprudencia de España. Abogado por la Facultad de Derecho de la Universidad de San Martín de Porres. E-mail: jesuco_amag@yahoo.es.
Departamento de Derecho Internacional, Eclesiástico y Filosofía del Derecho. Facultad de Derecho – Universidad Complutense de Madrid. Sección de Filosofía del Derecho y Derechos Humanos. Real Academia de Jurisprudencia y Legislación de España. España, Madrid.
[3] ENGELS, F., “Introducción a la obra de Carl Marx. Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850”, en Obras escogidas. Marx y Engels, tomo I, Progreso, Moscú, 1980, pp. 98 y 99.
[4] PARETO, V., Forma y equilibrio sociales, traducido por Jesús López Pacheco, Alianza, Madrid, 1980, p. 70.
[5] Ibídem, p. 71.
[6] Ibídem, p. 72.
[7] MEISEL, J., El mito de la clase gobernante. Gaetano Mosca y la élite, Amorrortu, traducido por Flora Serato, Buenos Aires, 1962, p. 22.
[8] MOSCA, G., La clase política, traducido por Marcos Lara, Fondo de Cultura Económica, México D. F., 2004, p. 94. Gaetano Mosca dice también que: “(…) además de la enorme ventaja que proviene de la organización, las minorías gobernantes están constituidas por lo común de una manera tal, que los individuos que las componen se distinguen de la masa de los gobernados por ciertas cualidades que les otorgan cierta superioridad material e intelectual, y hasta moral; o bien son los herederos de los que poseían estas cualidades. En otras palabras, deben poseer algún requisito, verdadero o aparente, que sea altamente apreciado y se valore mucho en la sociedad donde viven.”
[9] Ibídem, p. 91 y 92.
[10] Ibídem, p. 260
[11] Ibídem, p. 92.
[12] Ibídem, p. 108
[13] BOURDIEU, P., Poder, derecho y clases sociales, traducido por Mª José Bernuz Beneitez, Desclée, Bilbao, 2001, p. 194.
[14] MOSCA, G., Histoire des doctrines politiques depuis l’Antiquité: les doctrines politiques depuis 1914, Payot, París, 1955, pp. 328 y siguientes.
[15] ZEITLIN, I., “Gaetano Mosca (1858-1941)”, en Ideología y teoría sociológica, traducido por Néstor A. Míguez, Amorrortu, Buenos Aires, 1970, p. 224.
[16] MOSCA, G., La clase política, cit., pp. 251 y 252
[17] Ibídem, pp. 253 y 254. También es pertinente relacionar esta parte con la p. 94. En esta página dice: “Si es claramente admisible que uno solo no puede comandar a una masa sin que exista una minoría que lo sostenga, es más difícil postular en cambio, como un hecho constante y natural, que las minorías comandan a las mayorías más bien que estas a aquellas. Pero este es uno de los puntos (…) en el que la apariencia de las cosas es contraria a su verdadera realidad. (…) es fatal el predominio de una minoría organizada, que obedece a un único impulso, sobre la mayoría desorganizada. La fuerza de cualquier minoría es irresistible frente a cada individuo de la mayoría, que se encuentra solo ante la totalidad de la minoría organizada. Y al mismo tiempo se puede decir que esta se halla organizada precisamente porque es minoría. Cien que actúen siempre concertadamente y en inteligencia los unos con los otros, triunfarán sobre mil tomados uno a uno y que no tengan acuerdo entre sí; y al mismo tiempo les será mucho más fácil a los primeros actuar concertadamente y tener de esta manera un entendimiento, si son cien y no mil.”
[18] MICHELS, R., Los partidos políticos 2. Un estudio sociológico de las tendencias oligárquicas de la democracia moderna, traducido por Enrique Molina de Vedia, Amorrortu, Buenos Aires, 1996, pp. 191 y 192.
[19] Ibídem, pp. 195 y 196.
[20] MICHELS, R., Los partidos políticos 1. Un estudio sociológico de las tendencias oligárquicas de la democracia moderna, traducido por Enrique Molina de Vedia, Amorrortu, Buenos Aires, 1996, p. 56.
[21] HALLER, V., Restauration der Staats-Wissenschaft, oder, Theorie des natürlich-geselligen Zustands der Chimäre des künstlich-bürgerlichen entgegengesetzt, vol. I, Steinerischen Buchhandlung, Winterthur, 1816, pp. 304 y siguientes.
[22] MICHELS, R., Los partidos políticos 2. Un estudio sociológico de las tendencias oligárquicas de la democracia moderna, cit., pp. 192 y 193: Michels aclara que no tiene la intención de “(…) negar que todo movimiento revolucionario de la clase trabajadora y todo movimiento inspirado sinceramente en un espíritu democrático, puedan tener cierto valor como contribuciones al debilitamiento de las tendencias oligárquicas. El campesino de la fábula dice a sus hijos en el lecho de muerte que hay un tesoro escondido en el campo. Después de la muerte del anciano los hijos escarban por todos lados para descubrir el tesoro; no lo encuentran, pero su labor infatigable mejora la tierra y les proporciona relativo bienestar. El tesoro de la fábula bien podría simbolizar a la democracia. La democracia es un tesoro que nadie descubrirá jamás por la búsqueda deliberada; pero si continuamos nuestra búsqueda, al trabajar infatigablemente para descubrir lo indescubrible, realizaremos una obra que tendrá fértiles resultados en el sentido democrático. (…) A veces (…) los principios democráticos traen consigo, sino una cura, al menos un paliativo para el mal de la oligarquía.”
[23] Touchard, J., Historia de las ideas políticas, traducido por J. Pradera, Tecnos, Madrid, 2007, p. 623.
[24] MILLS, C. W., La élite del poder, traducido por Florentino M. Torres y Ernestina de Champourcin, Fondo de Cultura Económica, México D. F., 2001, p. 274.
[25] CONTRERAS UGARTE, J. V., Las determinaciones políticas en materia de derechos humanos. Cavilaciones a partir de la ética weberiana y de la fuerza trascendental hegeliana, Editorial Académica Española, Berlín, 2018, pp. 137-138.
[26] MICHELS, R., Los partidos políticos 1. Un estudio sociológico de las tendencias oligárquicas de la democracia moderna, cit., pp. 206 y 207.
[27] BARRAYCOA, J., Sobre el poder. En la modernidad y la posmodernidad, Homo Legens, Madrid, 2019, p. 219.
[28] THERBON, G., ¿Cómo domina la clase dominante? Aparatos de Estado y poder estatal en el feudalismo, el socialismo y el capitalismo, traducido por Fernando Valero, Siglo XXI, Madrid, 2016, p. 157.
[29] PRADERA, J., Corrupción y política. Los costes de la democracia, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2014, p. 166.
[30] Lucas Verdú, P., Principios de ciencia política, Tomo I: Introducción. Hombre y política, ideologías, mitos y tecnocracia, Tecnos, Madrid, 1977, p. 59.
[31] ALBERTONI, E., Historia de las doctrinas políticas en Italia, traducido por José Florencio Fernández Santillán, Fondo de Cultura económica, Méxiso D. F., 1986, p. 217.
[32] WEBER, M., Economía y sociedad, traducido por José Medina Echevarría, Juan Roura Farella, Eugenio Ímas, Eduardo García Máynes y José Ferrater Mora, Fondo de Cultura Económica, Madrid, 2002, p. 704.
[33] ABELLÁN, J., Democracia. Conceptos políticos fundamentales, Alianza, Madrid, 2011, pp. 250-251.